martes, 21 de febrero de 2012

¿AFANARSE EN SER EL PRIMERO?

(Marcos, 9, 30-37). Jesús y los niños. Le llevaron también niños, para...

Es, en la mayoría de los casos, la ambición de todo ser humano. Nos esforzamos para ser el primero; estudiamos para ser el primero; participamos para ganar, es decir, ser el primero de la tabla...etc. 

Todo lo que hacemos, lo hacemos para ser los mejores. Es la condición innata en todos los seres humanos. Al parecer, nace con cada uno de nosotros, o, por lo menos, está arraigada en nuestra cultura, y se nos mete, desde los primeros días de la vida, en las entrañas de lo más profundo de nuestro corazón.

Y luchando por ser el primero, lo más probable, nos olvidamos de los segundos y terceros. Los demás no importan tanto en cuanto están para alabarme y admirarme por ser el mejor, el primero. Todos ambicionamos ese prestigio y honor de ser el homenajeado, el primero, el más laureado. Lo experimentamos en todos los ordenes de nuestra vida.

Sin embargo, querer ser el primero en el Reino de Dios, lo que verdaderamente importa, porque es lo que va a permanecer para siempre, tiene otro recorrido, extraño, porque es muy diferente al recorrido humano de este mundo, pero no por eso, si lo reflexionamos en silencio, con tiempo y muy seriamente, lleno de sentido y razón.

Se trata de llegar a ser el primero siendo el último. Extraño, decía, pero con mucho sentido, porque siendo el último todos sentirán cierta simpatía y hasta compasión por tu constantes esfuerzos en participar y aceptar tus limitaciones. Sobre todo cuando te esmeras en hacer la voluntad de los otros siempre y cuando no contravenga la Voluntad de Dios.

Pero hay una preferencia, si ese servicio es a aquellos que no te lo pueden devolver, porque carecen de medios, de atenciones, de prestigio, de todo... Has acertado lo que Jesús quiere que hagas.

Siendo el último aceptando todas las reglas del juego, sirviendo y cumpliendo con las normas establecidas, y en alerta a comprender, a acompañar, a compartir y suavizar a los desesperados por alcanzar metas que les suban a los primeros lugares, observarás que, sin darte cuenta, tú estás subiendo a los primeros puestos.

Para subir hay que estar abajo, y estando en los últimos lugares, siempre experimentarás la oportunidad de ser admirado por mantenerte abajo y en actitud de servicio, de aceptación y de disponibilidad. Ejemplos donde mirarnos hay muchos.

El primero, María, la humilde por excelencia. No hay ninguna persona de la que, pasando muy desapercibida y hablándose muy poco de ella en el Evangelio, es la primera criatura humana, después de su Hijo, que ocupa relevancia en el mundo entero. Simplemente, contado es el pueblo que no le tenga nombrada una distinción como Madre y Virgen, por no mencionar los santuarios marianos que existen a lo ancho y largo del mundo.

La lección de todo esto está en sintonía con la búsqueda u olvido de uno mismo. Buscarse equivale a perderse, y olvidarse es encontrar la salvación. Uno sabe y experimenta que cuando se da y se entrega de forma gratuita y en verdad, es recordado y admirado. Y, por el contrario, cuando se busca, piensa en sí mismo y solo mira para sí, pierde admiración y no queda bien conceptuado por los que le rodean.

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