miércoles, 5 de octubre de 2011

EN LA PRESENCIA DEL PADRE

Lucas 11,1-4

Cuestión de familiaridad, pues JESÚS nos enseña que orar es hablar con tu PADRE de las cosas que necesitas y te suceden; de las cosas que te preocupan y no sabes como enfrentarte a ellas; de las cosas que te intimidan y te avergüenzas... Es hablar y hablar en la confianza de ser escuchado.

Pero ocurre que cuando hemos terminado, en la mayoría de los casos, no esperamos a que hable el PADRE. Pedimos y pedimos, pero ya no estamos cuando el PADRE nos responde.

Orar es ponerme en situación de hijo frente al PADRE, y desde ahí pedirle su consejo, su dirección, su aliento, su fortaleza, su paciencia, su misericordia, su perdón... Observamos que debemos tener una actitud de niño, porque sólo así hablan los niños. Cuando sacamos nuestro corazón de hombre maduro, que lo sabe todo, que expone sus argumentos, sus conocimientos y experiencias y... todo se hecha a perder. La soberbia y el orgullo estropean el diálogo con el PADRE.

Ser como niños, como nos aconseja JESÚS, es la mejor forma de presentarme ante el PADRE y hablar con ÉL. Pero hablar desde lo más profundo de mi corazón, confiado que el PADRE está en el Cielo, que quiero y santifico su Nombre. Que abro mi corazón a su Reino esforzándome en hacer su Voluntad.

Que me conformo con lo que necesito para vivir, que mi corazón lo quiero para ÉL y no llenarlo de cosas caducas de este mundo. Que, igual que ÉL me perdona, yo quiero también, con su ayuda, esforzarme en perdonar a los que me ofenden. Que soy débil y frágil y necesito su protección para no caer en los peligros de este mundo. Por eso, PADRE, te pido que me libres del mal.

Sé, PADRE, que hablo y digo, pero hago lo que
no quiero hacer. Pablo ya lo decía.
Quiero, por todo ello, pedirte
perdón y abrir mi corazón
para, en tu presencia 
hacer tu Voluntad. Amén.

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