El amor se descubre en la adversidad. Por eso, no hay más amor que el que da un padre y una madre, porque lo dan todo desde la gratuidad y hasta el extremo. Al menos así lo sienten. Y eso hizo María, guardarlo todo en su corazón obediente y entregado hasta aceptarlo y sufrirlo con paciencia y fidelidad a la Voluntad del PADRE.
La Cruz es el momento de la prueba, es el momento del testigo de una amor comprometido y confiado al compromiso de la fe. Es la hora de la entrega del hijo a su Madre, y de la Madre al hijo. Nadie es huérfano, nadie queda sin Madre, porque en la Cruz hemos recibo todo el amor de un PADRE que nos da a su misma Madre. María, Madre de DIOS, es también desde la Cruz, Madre de todos los hombres.
Señora, Madre de los Dolores y Madre mía, ayúdame desde
el dolor de la Cruz, que sólo tú pasaste y experimentas,
a aceptar y asumir yo también mis dolores y
mi propia cruz.
Madre mía, a tu amparo me acojo y me entrego,
para que, por tu intersección, sepa encontrar
mi camino de cruz, que sé que lo tengo, y
soportarlo en tu HIJO JESÚS. Amén.
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