domingo, 25 de septiembre de 2011

LA PALABRA PRECIPITADA... (Mt 20, 28-32)


Y falta de reflexión. La primera dificultad, nuestra comodidad y pereza, y, a continuación, nuestros egoísmos y vanidades son los obstáculos que nos salen al paso ante la respuesta a nuestro servicio solicitado. Y, esos nuestros apegos, nos ciegan sea quien sea quien nos solicite nuestra colaboración. Incluso, como es este caso, nuestro propio padre.

Hay una falta grave, muy grave, en cuanto se refiere al incumplimiento de nuestra palabra. No medimos lo que decimos y, al parecer, nos tiene sin cuidado. Ya nuestra palabra carece de valor. No nos importa mentir.

Pero, siempre hay momentos y oportunidad de rectificar. Sobre todo cuando, hecha la reflexión, nuestra conciencia natural nos alumbra el deber de corresponder con la llamada de nuestro padre. Es de ley natural responder con un sí, pero un sí que se concrete en la realización de la responsabilidad contraída. Porque el amor, impronta de nuestro ser, nos reclama corresponder a la llamada de Aquel del que todo lo hemos recibido.

PADRE mío, que nunca, al menos de forma consciente
deje de escucharte y responder a tus deseos. Sé 
que mis debilidades me lo ponen difícil,
pero también sé y quiero confiar
que tu Gracia y tu Fortaleza
me ayudaran a cumplirla. Amén.

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