lunes, 11 de abril de 2011

TAMPOCO YO TE CONDENO ( Jn 8, 1-11)

EN ADELANTE NO PEQUES MÁS

Es fácil levantar el dedo y señalar al culpable. Todos lo hemos hecho alguna vez, sobre todo cuando nos afecta o nos toca algo cerca, pero se hace algo más difícil cuando es algo propio que nos señala a nosotros mismos. Entonces, excluyendo nuestra hipocresía, aceptamos que también nosotros somos culpables muchas veces en nuestra vida.

Se dice que hoy día se ha perdido el sentido del pecado. Muchos no saben lo que está bien o mal, ni por qué. Es lo mismo que decir —en forma positiva— que se ha perdido el sentido del Amor a Dios: del Amor que Dios nos tiene, y —por nuestra parte— la correspondencia que este Amor pide. Quien ama no ofende. Quien se sabe amado y perdonado, vuelve amor por Amor: «Preguntaron al Amigo cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella donde el Amado nos ha lavado nuestras culpas» (Ramón Llull).

Ese toma de conciencia de saberme perdonado a pesar de mis horribles pecados y rechazos a mi PADRE DIOS, me ayuda a pensármelo tres veces antes de excluir a alguien de mi perdón. Por qué no aguanto ser perdonado yo, y no perdonar yo a otros. Desde ese esfuerzo y actitud me es más llevadero, no digo fácil, intentar perdonar a todos aquellos que me han y hacen daño.

Y es gratificante y gozoso una vez pasada la tormenta; una vez derramada la cruz y cargada a tus espaldas con libertad y por JESÚS. Aparece el misterio y milagro del ciento por uno. De repente, empiezas a sentirte bien, mejor y gozoso. Tus labios se abren en suave sonrisa y tu corazón se ensancha en relajado gozo de serenidad y paz. Es la felicidad que te inunda y te llena plenamente. Es nuestro PADRE DIOS.

SEÑOR, que seamos capaces de entender
que nuestra cruz, como la tuya, pasa 
por un vida de cruz apoyada en
el amor a nuestros enemigos.
 
Una vida injertada en tu HIJO JESÚS que
nos sostiene y nos fortalece para 
perdonar como tu, mi SEÑOR,
nos perdona. Amén.

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