martes, 12 de abril de 2011

¿PARA QUÉ SEGUIR HABLANDO? (Jn 8, 21-30)

Cuando levantéis en alto al Hijo del

Muchas veces, la mejor opción, de momento, es seguir el camino, dejar de hablar, porque los oídos están cerrados a la verdad y la escucha es estéril e inútil. Posiblemente hemos vivido muchas experiencias de ese tipo. Concretamente, ayer, experimenté algo así en un grupo donde compartimos la fe y el trabajo. Después de un tiempo mejor se quiere volver a lo que se sabe que no funciona ni es posible, al menos, en estos momentos.

Creo que las razones están escondidas en la misma persona. Quizás ni ella misma lo sabe, pero no tiene sentido su propuesta. Posiblemente haya una búsqueda del propio ego que justifica su reacción, el autoengaño, y eso ciega y no deja ver la verdad. Es lo que pienso que puede pasar, sin que ello me interpele personalmente en lo que a mí atañe y tengo que revisar. Pues no estoy libre de pecado como ayer nos señalaba la Palabra de DIOS.

Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz puede proporcionarnos la connaturalidad para adentrarnos en el Corazón del Redentor. Pretender un Evangelio sin Cruz, despojado del sentido cristiano de la mortificación, o contagiado del ambiente pagano y naturalista que nos impide entender el valor redentor del sufrimiento, nos colocaría en la terrible posibilidad de escuchar de los labios de Cristo: «Después de todo, ¿para qué seguir hablándoos?».

Y es ese el sentido al que quiero agarrarme, porque sé que sólo en JESÚS y agarrado a ÉL puedo superar todos estos tsunami en el terremoto de mi pobre corazón. Necesito vestirme de humildad y ese vestido sólo lo tiene JESÚS y su Madre María, por la Gracia del ESPÍRITU SANTO.

Madre querida e intercesora milagrosa
del agua en vino. Haz que por tu
intercesión, por la fuerza del
ESPÍRITU SANTO, mi pobre
corazón se aplacado y
llenado de paz y amor. Amén.

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