sábado, 21 de agosto de 2010

VIVIR NUESTRA FE EN PROFUNDIDAD


No podemos seguir a nadie sin saber quién es y sin conocerlo profundamente. Seguir a JESÚS implica conocerle y eso significa saber que nos dice y nos propone. Entre muchas cosas, JESÚS, nos previene del demonio y en su vida pública libera a muchos de demonios.

El Papa Pablo VI, en la audiencia general del 15 de noviembre de 1972, declaraba que lo que la Iglesia necesita con prioridad, hoy en día, es defenderse del demonio. También, recordemos las palabras del Papa Juan Pablo II: "El mal, la incoherencia del hombre, la fractura interior de la cual es víctima no son solamente consecuencias del pecado original, sino también efecto de la acción devastadora y oscura de Satanás" (Mont Gaargan, 24 de marzo de 1987).

Hoy en día, se oponen dos tendencias: la de ver al diablo en todas partes o negar su existencia así como la influencia que tiene en nuestra vida. Cuando observamos lo que sucede a nuestro alrededor: guerras, homicidios, suicidios de jóvenes y ahora, con mayor frecuencia, suicidios de personas mayores, división en las familias, divorcios, rechazo sistemático de DIOS por un gran número de personas, ¿podemos afirmar que todo esto proviene sólo del hombre?

Si deseamos vivir mejor nuestra fe, debemos volvernos hacia el SEÑOR, y esto implica renunciar a la fuente de todo mal y de todo pecado en nuestra vida. Ése es el acto de renuncia al pecado que se hace en el momento del bautismo y se renueva al recibir el Sacramento de la Confirmación. JESÚS fue muy claro: "No se puede servir a dos señores: o estamos con DIOS o estamos con Satanás (Mt 6, 24).

Sobre este punto, la Palabra de DIOS nos ilumina. Todos los hombres son tentados. Pasan por tentación de hacer lo que está mal a los ojos de DIOS. JESÚS fue tentado (Mt 4, 1-11). Y todo ello nos debe llevar a ser constantes en la oración, en el rezo del Santo Rosario, en el esfuerzo de exigirnos formarnos, y de estar en la Iglesia, Nuestra Madre, para defendernos de la acción del demonio.

Experimentamos muchas tentaciones en deseos, ambiciones, pensamientos y acciones que no deseamos hacer y que, sin embargo, nos sentimos atraídos a querer hacerlas. Son inclinaciones que el Príncipe del mundo nos presenta y trata de confundirnos y aprovechar para dirigirnos al mal. Debemos estar vigilantes y presto a acercarnos a la Iglesia y dejarnos orientar, cuidar y sanar, con los sacramentos, en todo los momentos de nuestra vida. Quedarnos aislados y solos sería muy peligroso.

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