lunes, 30 de agosto de 2010

VIGILANTES EN EL CAMINO


Siempre que se recorre un camino, y la vida es nuestro eterno camino, hay que estar atento a los obstáculos que el mismo nos presenta. Este estar atento implica esfuerzo y trabajo para, incluso dormidos, tener todo listo en el momento que suene la sirena de alarma. Lo que no se ha previsto suele ocasionarnos serias consecuencias, y ello conlleva que se nos cierre la puerta.

Es el caso del Evangelio de hoy: "Parábola de las diez vírgenes", (Mt 25, 1-13), donde cinco estuvieron prestas y prudentes y otras cinco se durmieron sin los deberes cumplidos. Es un serio aviso a nuestro sentirnos instalados y confiados en que ya hemos llegado a la cima; en que ya nos hemos ganado el premio de la gloria.

Y es que hay momentos que nos sentimos tan elevados, tan cercanos al SEÑOR que nos parece que hemos alcanzado la dicha de estar en su presencia. DIOS nos permite sentirnos partícipe del Tabor, como a Pedro, Santiago y Juan, y ya no queremos bajar sino permanecer a su lado. Son momentos de éxtasis y gloria.

Pero ocurre que vienen momentos de zozobra y dificultades. Posiblemente la fe se nos esconde y seguir caminando por el Camino se hace cuesta arriba y difícil. Nos sentimos tentado de parar y sentarnos en la cuneta. De apartarnos del Camino y caminar por nuestra cuenta y a nuestro aire. Es el momento de dejarnos tentar y dormirnos, y ocurre que, dormidos, cuando despertemos sea ya tarde para retomar el rumbo.

Lecciones para nuestra vida que nos llenan de esperanza y que, mirando a otros (santos) podemos converger en que la muerte es la llamada más gloriosa que podamos tener. Así se encontraba Santa Teresita del Niño Jesús cuando descubrió los primeros síntomas de su enfermedad que la llevaría a la muerte, escribe: ¡Ah, mi alma se sintió henchida de gran consuelo! Estaba íntimamente persuadida de que JESÚS (...) quería hacerme oír una primera llamada.

Y es que la muerte es la plenitud de la vida. Es el momento que verdaderamente empezamos a vivir gozosamente para SIEMPRE. Es el momento más glorioso e importante de nuestra vida. Por lo tanto, aprender a morir es lo más grande que podemos y debemos hacer. Y eso implica tener nuestras lámparas encendidas y provistas del suficiente aceite para que no nos fallen.

La lámpara significa nuestra vida; la Luz es la Vida de la Gracia que nos sostiene y el aceite son nuestras obras de Caridad que nos fortalecen. Se hace, pues, necesario, alumbrar nuestra vida (lámpara) con la Eucaristía, la Penitencia, la Oración constante que nos empujen a dar testimonio con la vivencia de nuestro amor en los demás. De esta forma, como las cinco vírgenes prudentes tendremos nuestras lámparas siempre preparadas.

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