jueves, 23 de julio de 2009

LA TRANSFIGURACIÓN.


Cogió JESÚS a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y subió con ellos a una montaña alta y apartada. Allí se transfiguró delante de ellos: su Rostro brillaba como el sol y sus vestiduras se volvieron de un blanco deslumbrador. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: "Éste es mi HIJO, a QUIEN YO quiero, escuchadlo".

El deseo ardiente de transfiguración, cambiar de figura, acompaña a hombres y mujeres durante toda su vida, atentos siempre a cualquier oferta con posibilidad de hacerlo. Y solamente la oferta de JESÚS es capaz de transfigurar en luz y resplandor de vida, belleza y eternidad las pobrezas y limitaciones humanas.

Y, cuando el hombre va por su propio camino, no encuentra luz ni resplandor en su vida. La belleza se difumina pues sólo la cubre una capa barnizada por la temporalidad sin esperanza y exenta de eternidad que la empobrece y la limita. Es el camino que nos muestra el mundo cuando se aleja del SEÑOR: perdido, confundido, deliberando sobre la vida o la muerte, enfrentados, sometidos a los vicios humanos que los esclavizan, manipulados...etc.

Y no es por falta de que el SEÑOR nos hable, nos susurre constantemente como entonces lo hizo a Pedro, Santiago y Juan desde la nube, sino que somos nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, se abrieron a su Palabra, se dispusieron a su escucha y se entregaron a permanecer junto a ÉL toda su vida.

Esa es la actitud que debemos tomar: abrirnos a la acción del ESPÍRITU para que desde ÉL seamos capaces de convertirnos y cambiar nuestra dirección en la vida, porque no encontraremos ni belleza, ni resplandor, menos eternidad por los caminos de este mundo.



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